Detienen a abuelito por no pagar la cuenta en un bar
Coahuila, México | 05 de Septiembre de 2025 | Grupo GHOAM
Ayer por la noche, el bar “El Dorado” fue testigo de un episodio que mezcló cumbia, cerveza, cariñosas y una fuga de película… protagonizada por un pensionado de 71 años.
Don Rosenberg Osoria Cepeda llegó al lugar con la moral en alto y la cartera llena -gracias a la pensión recién cobrada-.
Según testigos, pidió la primera cerveza “para ir abriendo garganta” y de inmediato empezó a repartir invitaciones como si fuera político en campaña.
“¡Pidan lo que quieran, que hoy paga Bienestar!” gritaba el galán de cabellera plateada mientras las damas del tacón dorado lo rodeaban como abejas a la miel. Las señoritas, especialistas en sonrisas con precio, no perdieron tiempo: una pedía tequila, otra cerveza, y otra hasta preguntó si no aceptaba pago a meses sin intereses.
Don Rosenberg, envalentonado, sacaba billetes como si fueran servilletas. Pero la fiesta se le fue de las manos.
Entre cumbia y cumbia, el pensionado no notaba que la cuenta crecía más rápido que el gas LP.
Él solo quería demostrar que “todavía tenía con qué”… hasta que se dio cuenta de que lo único que tenía era deuda y sudor en la frente.
A medianoche, el dinero ya se había esfumado junto con las caricias compradas.
Entonces, al estilo de Misión Imposible, Rosenberg decidió ejecutar la Operación Retirada: dio un último paso prohibido en la pista, levantó los brazos como campeón y salió disparado hacia la calle.
Los parroquianos creyeron que había pagado otra tanda, pero no: lo que pagó fue el precio de la fuga.
Desde el Boulevard Harold R. Pape, se echó a correr como si persiguiera la antorcha olímpica. Un cliente que lo siguió relató: “Yo no sabía si estaba viendo un ladrón o un maratonista… parecía que entrenaba con Kipchoge.”
La policía recibió el reporte de “un bailarín fugitivo de la tercera edad con energía sospechosa”.
Al llegar, lo encontraron saltando botes de basura, saludando vecinos y hasta bailando pasos prohibidos mientras huía.
Los agentes, entre risas, tardaron en detenerlo porque la condición física del hombre era mejor que la de varios cadetes. Al capturarlo, uno no pudo evitar preguntarle qué vitaminas tomaba y si todavía había cupo en el Zumba donde entrenaba.
La noche terminó en la comandancia, con Rosenberg tras las rejas y tarareando la cumbia que aún sonaba en su cabeza.
La pensión se esfumó, las damas desaparecieron y la moraleja quedó clara: el Bienestar se va en un santiamén… sobre todo si lo gastas en tacones dorados.
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